Nombras el árbol, niña.
Y el árbol crece,
lento y pleno,
anegando los aires,
verde deslumbramiento,
hasta volvernos
verde la mirada.
Nombras el cielo,
niña.
Y el cielo azul, la
nube blanca,
la luz de la
mañana,
se meten en el
pecho
hasta volverlo
cielo y transparencia.
Nombras el agua,
niña.
Y el agua brota, no
sé dónde,
baña la tierra
negra,
reverdece la flor,
brilla en las hojas
y en húmedos
vapores nos convierte.
No dices nada,
niña.
Y nace del silencio
la vida en una ola
de música amarilla;
su dorada marea
nos alza a
plenitudes,
nos vuelve a ser
nosotros, extraviados.
¡Niña que me
levanta y resucita!
¡Ola sin fin, sin
límites, eterna!
"El sabio puede cambiar de opinión. El necio, nunca."
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